El Espíritu de imitación es muy dañoso a los Pueblos. Crítica la adopción de sistemas políticos que no se adecuan a la realidad del pueblo que los utiliza

 

Solón no dio a los atenienses las mejores leyes posibles, sino las mejores que podían seguir, o las que más les convenían por entonces. Esta gran máxima han seguido los genios profundos y creadores que dieron leyes a los pueblos, y que establecieron sus sistemas gubernativos. Los pueblos han existido antes que sus leyes y que sus gobiernos; sus costumbres, sus usos, sus opiniones han sido más antiguas. Así, los legisladores se han hallado siempre en diferentes posiciones unos respecto de otros, cuando establecieron los gobiernos. Esta es la causa de la diversidad de sistemas políticos que han existido y existen en el mundo; y de que no pueda haber un sistema que convenga a todos los pueblos. Cada nación se presenta a su legislador y directores bajo diversa forma, conservando todos los vicios adquiridos en los gobiernos precedentes, con más o menos luces, fuerzas, energía e industria. Esta diversidad de circunstancias exige una diversidad en sus leyes y administración.

El olvido de este principio tan obvio y natural ha causado muchos desastres a los pueblos en sus crisis y revoluciones. Se quiso que fuese como de moda una forma de gobierno y la celebridad a que se veía elevada una nación por la sabiduría de sus leyes, adoptadas a sus circunstancias; el renombre que había adquirido otra por su valor y felicidad, hicieron que las tomasen por modelos unos pueblos que se hallaban en circunstancias diametralmente opuestas.

La Francia que tenía una nobleza tan antigua y tan poderosa, un clero opulento, un tan gran número de funcionarios públicos, donde dominaba la religión católica desde Clodoveo, y donde los reformados se habían sostenido a costa de tanta sangre y tantos sacrificios; donde estaba el imperio del lujo, la disipación, la corrupción, la ambición, unidas a un carácter de ligereza e inconstancia, quiso adoptar el sistema gubernativo de los Estados Unidos de América. ¿Risum teneatis amici? ¡París bajo la misma constitución que la frugal, tranquila y filosófica Pennsylvania!

Todo se había reunido para formar y disponer aquellas regiones de nuestra América a la libertad y a sus leyes. La moderación de las fortunas, la igualdad en las condiciones, la vida laboriosa, la sencillez de las costumbres, la facultad de imponerse las contribuciones, y darse leyes aún bajo el gobierno británico, el haberse poblado por hombres que huían del despotismo civil y religioso de su patria, los ejemplos de su austeridad y sencillez de Guillermo Penn y sus secuaces [¿seguidores?]. Los Estados Unidos podían hacer a la igualdad el principio de su política, y allí podía ser el gobierno más popular que en ninguna otra parte, aunque nunca perfectamente democrático. Pero sujetar a la Francia, que se hallaba en circunstancias tan diversas a esta forma de gobierno, ¿qué era sino intentar la confusión, la disolución, la ruina del Estado, y preparar aquellos desastres horrorosos que no podemos recordar sin estremecernos? Mas las alabanzas que había dado al gobierno popular la encantadora facundia de sus escritores, sus declamaciones, sus éxtasis, trasladaron a las cabezas de todos los franceses el entusiasmo que los agitaba. Algunos de sus escritores alcanzaron a sufrir el espectáculo terrible de aquellas calamidades, y ¿quién describirá su confusión y su amargura? Lacroix deseaba que fuese posible revocar el tiempo pasado y sepultar en olvido eterno cuanto había escrito. Raynal confiesa que había querido dar leyes al mundo desde su gabinete, sin contar con las circunstancias. La carta que escribió a la Convención desde la orilla del sepulcro (como él dice), es uno de los monumentos más interesantes de aquel tiempo, y un trozo de elocuencia raro y precioso cuya traducción daremos a luz [5]. En fin, todos saben que después de once años de desgracias y agitaciones, en que los gobiernos y funcionarios se sucedían con una rapidez admirable, después de balancearse el Estado entre la anarquía, la disolución y la arbitrariedad, reposó en el gobierno que únicamente podía comportar.

Semejantes sucesos están en el orden de la naturaleza. La libertad, decía un gran filósofo, es un alimento de digestión difícil, y conviene que los pueblos se preparen para ella de antemano. Ella es como la luz que debe comunicarse por grados a los ojos débiles.

Los progresos de las asociaciones políticas en las virtudes y en los vicios, en las luces y en los errores, en las comodidades y en la pobreza; su incremento en fuerza y en debilidad, y esa especie de genio que caracteriza a cada nación, llevan una tendencia lenta pero irresistible a una forma de gobierno propia y particular. En las revoluciones es esta tendencia violenta y rápida, obrando entonces en toda su fuerza la acción simultánea de las causas morales, y sólo se restablece la paz y el equilibrio con el establecimiento del sistema gubernativo adaptado a sus circunstancias, o lo que es lo mismo, preparado e inspirado por la naturaleza.

Es necesario pues, preparar con suavidad y lentitud los hombres a los grandes trastornos e innovaciones políticas, a menos que una revolución repentina en las opiniones los conduzca por caminos nuevos e insólitos, como sucedió en tiempo de Carlos V y Felipe II en la Holanda y en el norte de Europa. De otro modo, nada se logrará estable, útil y libre de mayores males.

Formémonos la idea de un pueblo envilecido e ignorante como el de los turcos, donde la espada es el intérprete del Alcorán, donde la tiranía está consagrada por las ideas religiosas, donde los más poderosos del imperio no conocen algún principio del derecho de las naciones. Si la autoridad suprema lleva las violencias al extremo, se contentan con asesinar al Gran Señor, o con pedir la cabeza de su Visir; sucede otro en la soberanía y en la arbitrariedad, y todo se sosiega; nadie piensa en su seguridad futura, ni en la de su posteridad. Sería para los orientales una ocupación muy gravosa velar sobre la seguridad pública por medio de leyes, que se conciben y conservan con trabajo.

Supongamos que otro pueblo, todavía de pocas luces, [que] indignado de sus largos sufrimientos, se aproveche de alguna ocasión favorable y entre en la posesión de sus derechos. Como la libertad es un alimento de digestión difícil, y el pueblo no esta preparado para ella, como no tiene principios, miras, ni proyectos, pasará tal vez de la esclavitud a la anarquía, o tomará un movimiento incierto y vacilante en que cada paso sea un absurdo. Se pronunciará con entusiasmo la voz de libertad, pero ni se conocerá su verdadero sentido, ni se sabrá el modo de conservarla. Propondrán algunos el que se forme una asamblea general en que se oigan los dictámenes de los más entendidos, pero ya la divergencia de intereses personales, ya la escasez de luces, no permitirán hacer algo de provecho. Parte de estos resultados se vieron en Dinamarca y en otros poderes del Norte.

Si el pueblo es de costumbres feroces, se verá la anarquía acompañada de atrocidades, y esto sucedió en la revolución de la isla de Santo Domingo.

El gran objeto de la legislación y de la política es elevar los pueblos a la mayor felicidad posible; es hacer venturoso el mayor número de individuos que esté a sus alcances; es llamar la abundancia, la industria, la ilustración, la cultura al seno de la patria; es, en fin, fijar la seguridad y libertad sobre la protección imparcial, y autoridad suprema de la ley, sobre el ejercicio libre y ventajoso de las facultades de los ciudadanos; y en fin sobre la consideración y poder de las armas.

La forma de gobierno, o los sistemas políticos, son los medios por los cuales pueden alcanzarse estos grandes bienes. ¿Cuál sistema político es el mejor posible? Este es un problema insoluble, porque el sistema debe acomodarse a las circunstancias actuales de los pueblos, y éstas son diversas.

¿Debe un sistema durar para siempre? Este es un absurdo, porque las circunstancias son variables.

¿Cuál gobierno convendrá a las Américas en las actuales circunstancias? Sin duda el provisorio, porque la incertidumbre es una de sus circunstancias.

Cesando la [in]certidumbre, ¿cuál sistema le convendrá más? La solución de este problema es sobre nuestros alcances. Los filósofos, considerando la grande extensión de nuestros territorios, el influjo notable de sus diferentes climas, el estado de la opinión, sus luces, sus preocupaciones, su industria, su fuerza, su genio y carácter diverso, verán tal vez que es necesario que intervenga mucha variedad, aún en la misma uniformidad.

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Véase Tomo II, Nº 11, 25 de Marzo de 1813 (N del E).
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