Copia del Periódico de Boston, Intitulado "The Independent Chronicle", del Jueves 12 de Septiembre de 1811. Acta de declaración de independencia de las Provincias de Venezuela y decreto sobre la publicación de la misma

 

 

 

En el nombre del Todopoderoso,


Nos, los representantes de las Provincias Federadas de Caracas, Cumaná, Barinas, Margarita, Barcelona, Mérida y Trujillo; constituyendo la Confederación de Venezuela en el continente de la América del Sud, en Congreso juntos; considerando, que hemos estado en la plena, y entera posesión de nuestros derechos naturales, desde el 19 de abril de 1810: los que reasumimos en consecuencia de la transacción de Bayona, la abdicación del trono español, por la conquista de España, y accesión de una nueva dinastía, establecida sin nuestro consentimiento: mientras nos aprovechamos de los derechos del hombre, que nos han sido usurpados por la fuerza por más de tres siglos, y a los que somos restituidos por las revoluciones políticas, y los acontecimientos humanos, creímos necesario demostrar al mundo las razones por las que somos llamados al libre ejercicio de la autoridad soberana.


No creemos necesario insistir sobre el cuestionable derecho, que todo país conquistado tiene para restituirse a la libertad, o independencia; pasamos en un generoso silencio la larga serie de aflicciones, opresiones, y privaciones, en que la fatal ley de la conquista ha indiscriminadamente envuelto los descubridores, conquistadores, y establecedores de estos países; cuya condición se ha hecho desgraciada por los mismos medios que debían haber promovido su felicidad, arrojando un velo sobre los tres siglos de la dominación española en América, nos reducimos a la narración de los hechos recientes, y bien sabidos, lo que prueba cuanto hemos sido afligidos; y para que no seamos envueltos en las conmociones, desordenes, y conquista, que han dividido la España.


Los desordenes en la Europa habían aumentado los males que antes sufríamos, embarazando nuestros recursos, y frustrando los medios de reparar otros agravios; autorizando a los gobernadores colocados sobre nosotros por España, para insultarnos, y oprimirnos con impunidad, dejándonos sin la protección, o sostén de las leyes.


Es contrario al orden de la naturaleza, impracticable en relación al gobierno de España, y ha sido más aflictivo a la América, que unos territorios tanto más extensos, y una población incomparablemente más numerosa, estuviese sujeta, y dependiente de un rincón peninsular del continente europeo.


Las cesión, y abdicación hecha en Bayona, las transacciones en El Escorial, y Aranjuez, y las órdenes dadas por el Teniente Imperial el Mariscal Duque de Berg a la América, autorizaron el ejercicio de aquellos derechos, que hasta aquel período los americanos habían sacrificado a la conservación, e integridad de la nación española.


El pueblo de Venezuela fue el primero que generalmente reconoció, y que prefirió aquella integridad, nunca abandonando los intereses de sus hermanos europeos, mientras aún quedaba el menor prospecto de salvación.


La América había adquirido una nueva existencia; ella era capaz, y estaba obligada a tomar el cargo de su propia seguridad, y prosperidad; ella estaba en libertad de reconocer, o repulsar la autoridad de un Rey, que no era digno de aquel poder, pues prefirió su personal seguridad a la de la nación sobre la cual el había sido colocado.


Todos los Borbones, que concurrieron a las despreciables estipulaciones de Bayona, habiéndose retirado del territorio español contra la voluntad del pueblo, abrogaron, deshonraron, y atropellaron todas las sagradas obligaciones, que ellos habían contraído con los españoles de ambos mundos, quienes con su sangre, y tesoros los habían colocado en el trono, en oposición a los esfuerzos de la casa de Austria; tal conducta los ha hecho incapaces de gobernar un pueblo libre de quien ellos disponían como un grupo de esclavos.


Los gobiernos intrusos, que se han abrogado a sí mismos la autoridad, que pertenece solamente a la representación nacional, traidoramente se aprovecharon de la conocida buena fe, la distancia, y efectos, que la ignorancia, y opresión habían producido entre los americanos, para dirigir sus pasiones contra la nueva dinastía que se había impuesto sobre España, y en oposición a sus propios principios mantenían la ilusión entre nosotros en favor de Fernando, pero solamente para burlar nuestra nacional esperanza, y hacernos con mayor impunidad su presa; nos mantenían con las promesas de libertad, igualdad, y fraternidad en pomposos discursos, lo más a propósito para ocultar la trampa que ellos estaban insidiosamente armándonos por una insuficiente, y degradante muestra de representación.


Luego que las varias formas del gobierno español fueron arrojadas, y otras habían sido sucesivamente substituidas, y la imperiosa necesidad había enseñado a Venezuela a mirar por su propia seguridad, para sostener al rey, y proporcionar un auxilio a sus hermanos europeos contra las calamidades con que estaban amenazados, todos sus antiguos servicios eran desatendidos; nuevas medidas se adoptaron contra nosotros, y los mismos pasos tomados para la conservación del gobierno Español eran tratados con los títulos de insurrección, perfidia, e ingratitud, solamente porque se habían cerrado las puertas contra un monopolio de poder, que ellos habían esperado perpetuar en el nombre de un rey cuyo dominio era imaginario.


No obstante nuestra moderación, nuestra generosidad, y la pureza de nuestras intenciones, en oposición a los deseos de nuestros hermanos de Europa, fuimos declarados al mundo en estado de bloqueo; hostilidades se comenzaron contra nosotros; se nos mandaron agentes para excitar revoluciones, y armarnos unos contra otros; mientras nuestro carácter nacional era acusado, obscurecido, y las naciones extranjeras excitadas a hacer guerra sobre nosotros.


Sordos a nuestras demostraciones, sin someter nuestras razones al imparcial juicio del género humano, y privados de todo otro arbitrio, que el de nuestros enemigos, fuimos privados de toda comunicación con nuestros hermanos; y añadiendo desprecios a la calumnia, ellos emprendieron el señalar delegados para nosotros, y sin nuestro consentimiento, quienes debían asistir a sus Cortes; lo más a propósito para disponer de nuestras personas, y propiedad, y avasallarnos al poder de nuestros enemigos.


Para destruir las saludables medidas de nuestra representación nacional, cuando obligados a reconocerla, ellos emprendieron reducir el numero de nuestra población sometiendo las formas de la elección al agrado de asambleas que obraban a la disposición de gobernantes arbitrarios; de esta suerte insultando nuestra inexperiencia, y buena fe, y absolutamente desatendiendo nuestra política importancia para nuestra felicidad.


El gobierno español, siempre sordo a las demandas de la justicia, emprendió frustrar todos los derechos legítimos, condenando como criminales, y destinando a la infamia de la horca, o a confiscación, y destierro, a aquellos americanos, que en diferentes periodos habían empleado sus talentos, y servicios por la felicidad patria.


Tales fueron las causas, que al fin nos han impelido a mirar por nuestra propia seguridad, y evitar aquellos desordenes, y horribles calamidades, que podíamos apercibir eran de otro modo inevitables, y de las que siempre nos guardaremos. Por su mala política, ellos han hecho a nuestros hermanos insensibles a nuestras desgracias, y los han armado contra nosotros; ellos han hecho borrar de sus corazones la tierna impresión de amor, y consanguinidad, y convertido en enemigos muchos miembros de nuestra gran familia.


Cuando, fieles a nuestras promesas, estábamos sacrificando nuestra paz, y dignidad para sostener la causa de Fernando de Borbón, mirábamos que a los vínculos del poder con que unió su suerte a del Emperador de los franceses, añadió el sacrificio del parentesco, y amistad, y que por esta causa los mismos gobernantes españoles habían ya resuelto reconocerle solo condicionalmente.


En este doloroso estado de perplejidad, tres años habían pasado en irresolución política, tan peligrosa, tan mezclada de males, que esto solo debía haber autorizado la determinación, que la fe que habíamos depositado, y otros fraternales motivos nos habían hecho diferir, hasta que la imperiosa necesidad nos compelió a proceder más adelante que lo que primero habíamos meditado; pero urgidos por la hostil, y desnaturalizada conducta de los gobernantes españoles, nosotros estamos al fin absueltos del juramento condicional, que habíamos prestado, y ahora tenemos en nosotros mismos la augusta soberanía a la que somos llamados.


Pero como nuestra gloria consiste en establecer principios análogos a la felicidad humana, y no erigir una parcial felicidad sobre las desgracias de los mortales nuestros compañeros, por tanto proclamamos, y declaramos, que miraremos como amigos, y compañeros en nuestro destino, y partícipes de nuestra felicidad a todos aquellos, que unidos por las relaciones, idioma, y religión, han sufrido opresión bajo de los antiguos establecimientos; y quienes firmarán su independencia, de cualquier nación extranjera, cualquiera que sea; obligándonos a todos los que cooperasen con nosotros a disfrutar la vida, fortuna, y opinión; declarando, y reconociendo no solamente a éstos sino igualmente a los de toda nación en guerra enemigos, en paz amigos, hermanos, y conciudadanos.


En consideración de estos sólidos, públicos, e incontestables motivos, que nos compelen a la necesidad de reasumir nuestros naturales derechos, de este modo restituidos a nosotros por la revolución de los acontecimientos humanos, y en virtud de los imprescriptibles derechos de cada pueblo, para disolver todo contrato, convención, o pacto social, que no establece los fines para que solo todos los gobiernos son instituidos, estamos convencidos que no podemos ni debemos por más tiempo sufrir las cadenas que nos ligaban al gobierno de España: y declaramos como cualquiera otro pueblo independiente, que estamos libres, y determinados a no mantener dependencia de ninguna potencia, nación, o gobierno, sino el que nosotros mismos establezcamos: y que nosotros ahora tomamos entre las naciones soberanas de la tierra el rango que el Ser Supremo, y la naturaleza nos han asignado, y al que hemos sido llamados por la sucesión de los eventos humanos, y en atención a nuestra propia felicidad.


Aunque prevemos las dificultades, que pueden acompañar nuestra nueva situación, y las obligaciones que contraemos por el rango que vamos a ocupar en el orden político del mundo; y sobre todo la poderosa influencia de las antiguas formas, y costumbres que, (a pesar nuestro) nos han hasta aquí afectado, sin embargo también sabemos que una vergonzosa sumisión a ellas, cuando está en nuestro poder el sacudirnos, sería más ignominioso a nosotros mismos, y más fatal a la posteridad, que nuestra larga y penosa servidumbre. Se hace por tanto nuestro indispensable deber, proveer para nuestra seguridad, libertad, y felicidad una entera, y esencial subversión, y reforma en nuestros antiguos establecimientos.


Así es que creyendo por todas estas razones, que hemos cumplido con el respeto que debemos a las opiniones del género humano, y a la dignidad de otras naciones con quienes vamos a igualarnos, y de cuya amigable comunicación nos aseguramos, Nos, los representantes de las confederadas Provincias de Venezuela, invocando al Todo Poderoso por testigo de la justicia de nuestra causa, y de la rectitud de nuestras intenciones, imploramos su Divina asistencia para ratificar en la época de nuestro nacimiento político la dignidad a que su providencia nos ha restituido, y el ardiente deseo de vivir, o morir libres, y en la creencia, y defensa de la Santa, Católica y Apostólica Religión de Jesucristo, como el primero de nuestros deberes.


Nos, por tanto, en el nombre, la voluntad y autoridad, que tenemos del virtuoso pueblo de Venezuela solemnemente declaramos al mundo, que estas Provincias Unidas son, y deben ser desde hoy en adelante, en hecho y de derecho, Estados Libres, Soberanos e Independientes; que ellos están absueltos de toda obediencia, y dependencia de la corona de España, y de aquellos que ahora se llaman, o puedan de aquí en adelante llamarse sus representantes, o agentes; y que como estados libres, soberanos, e independientes, tenemos pleno poder para adoptar la forma de gobierno, que se estime conveniente a la felicidad general de sus habitantes; para declarar guerra, hacer paz, formar alianzas, establecer tratados de comercio, definir límites y regular la navegación; y para proponer, y ejecutar todos los otros actos, usualmente hechos, y ejecutados por naciones libres, e independientes; y para el debido cumplimiento, validación, y estabilidad de esta nuestra solemne declaración, mutua, y recíprocamente obligamos las Provincias, una o las otras, nuestras vidas, fortunas, y el sagrado honor de la nación.


Hecho en el Palacio Federal de Caracas, firmado de nuestras manos, y sellado con el sello de la Confederación Provincial, y contra sellado por el Secretario del Congreso junto en el día 5 de Julio del año de 1811, y en el primero de nuestra independencia.


(Firmado por los Representantes de todas las Provincias.)
Es copia verdadera, (L.S.)
Francisco Iznardi, Secretario.


Decreto del Supremo Poder Ejecutivo
Palacio Federal de Caracas 8 de Julio de 1811.


Por el Poder Ejecutivo de la Confederación de Venezuela se ordena que esta Declaración de Independencia se publique, se lleve a efecto, y sea de plena autoridad en los Estados y territorios de esta Confederación. Cristóbal de Mendoza, Presidente Protempore.- Juan de Escalona.- Baltasar Padrón.- Miguel José Sanz, Secretario de Estado.- Carlos Machado, Gran Canciller.- José Tomas Santana, Secretario de Negocios Extranjeros.