Discurso que en la Municipalidad de San Carlos de Austria pronunció el Doctor don José Cortés Madariaga, vocal y representante de la Suprema Junta de Venezuela, el 17 de Enero de 1811. Relativo a la justicia de la causa revolucionaria

 

 

 

Cuando el cuerpo colosal de la España camina a largos pasos al sepulcro, fuera el extremo de la insensatez perder en llorar su muerte con lágrimas inútiles un tiempo precioso, que debemos dar a cuidados domésticos. Nuestras provincias pertenecían a aquella potencia que desaparece en fin de la escena del mundo. ¿Qué deben hacer en caso tan crítico? Si permaneciesen tranquilas en un sueño de muerte, serían presa de algún conquistador. Un yugo más duro se agravará sobre nosotros. Siempre colonos. De día más degradados, más oscurecidos, más miserables. ¿Qué pueblos son estos condenados por el destino a una perpetua servidumbre? No. No hay destino: la divina providencia dirige todas las cosas; y no es la voluntad del Ser Supremo que los pueblos sean esclavos. Nuestros corazones salieron de su mano omnipotente, y ellos aborrecen la servidumbre. Pero Dios quiere que trabajemos y pensemos. La libertad es obra del esfuerzo, y fruto de la prudencia. Estas dos grandes cualidades reunidas libertan a los pueblos, y los hacen respetables y florecientes. La mano invisible nos ha conducido al hombre que necesitábamos; devuelve a los patrios lares al genio extraordinario de la guerra y del consejo: Miranda está entre nosotros. La injusticia, la barbarie del antiguo régimen persiguieron a un hombre cuyos talentos pudieron emplearse con utilidad, pero cuyo carácter no era de aquellos tiempos; su probidad no podía estar entre malvados. Su alma republicana se hizo para estos días. Jamás el valor y la pericia combatieron por causa más justa ni más bella. Yo me glorié de ser americano cuando vi, cuando traté a este hombre. Esto era lo que necesitábamos. Nuestros jóvenes están llenos de ardor nacional; la idea halagüeña de la libertad ocupa su alma noble; su corazón ha hecho una de las grandes pasiones el amor de la libertad; pero necesitaban de un General como Miranda, que los condujese a la victoria; de un republicano, que les inspirase el amor a las virtudes republicanas. Ya lo lograron; ya está a la frente del ejército. Hoy he venido a anunciaros esta plausible nueva