Artículo comunicado. Firmado por C.D.T.L. Neutrum (Hipólito de Villegas). Relativo a la propaganda de los "sarracenos" (realistas)

 

 


Santiago y Agosto 7 de 1812.


Señor Editor de la Aurora.


Muy Señor mío: he observado el gran empeño que se tiene de publicar con repetición por carteles impresos y en sus gacetas, los progresos, y como cosa nueva el feliz resultado de la vacuna, del que estábamos de antemano suficientemente impuestos, para desimpresionar al vulgo de palabra y por cartas, del temor infundado de ese gran preservativo contra la viruela; pero con dolor he notado que hasta aquí nadie proyecta el establecimiento de un Vacunatorio Cívico contra la gran epidemia que nos acomete en toda la América, y propagan varios leprosos, que nos han venido de España, a quienes unos llaman Sarracenos, algunos los Empecinados, y otros los Embreados. El contagio crece cada día, y es transcendental a los americanos por el continuo roce que tenemos con tales apestados, o por las relaciones de familia, dependencia, e intereses particulares de aquellos hacia éstos. A cada paso palpamos los desastres de pueblos enteros, que sucumben por tal epidemia, o han estado al borde de su ruina; y con tantos ejemplares advierto que no nos preparamos a buscar con tiempo el antídoto político que nos preserve de esa plaga mortífera. Los más expuestos a perecer con su familia y fortuna son los verdaderos y declarados patriotas, como las experiencias nos lo han demostrado; y con todo, nadie propone el seguro remedio específico del establecimiento de un Vacunatorio Cívico, donde se acopien los utensilios de fuego y fierro, únicos que cautericen y separen de raíz la gangrena, que por varios modos y artificios se difunde en el cuerpo político.


Los leprosos, o empecinados, que todavía nos juzgan idiotas y supersticiosos como ellos, nos corren con desvergüenza, que Caracas con su puerto, La Guaira, han desaparecido de la superficie del globo el mismo día en que completaban dos años de su revolución, o libertad, por la muerte de solas 17.000 almas que causó un terremoto, quedando ilesos los pueblos inmediatos que no eran de su sistema, y por colmo del prodigio, aún los mismos españoles de Caracas. Dos meses antes nos anunciaron que Buenos Aires iba a ser convertido en cenizas por Julio, hasta correr una apuesta de veinte y cinco pesos de su vaticinio, por el santo que tenían aquí, y entre sí ocultaban de la trama que allí se meditaba para el día 4. En las papeletas y gacetas que reciben mensualmente de Montevideo, y se han leído en sus cinco logias o clubs de esta ciudad, nos han publicado la llegada a España de 40.000 griegos para su defensa, la insurrección de la Cataluña y de otras provincias, los sitios de Badajoz y de Sevilla, la reconquista de otras ciudades, las derrotas de los ejércitos de Marmont y de los otros generales franceses, el retiro de los sitiantes de Cádiz, que por política sabemos no lo quieren tomar, y la próxima venida de 4.000 leprosos de España a Montevideo, que no acaban de llegar para coronar las glorias de Artigas.


Todas estas patrañas, aunque hacen reír a los americanos instruidos, alucinan al vulgo incauto y a los ignorantes egoístas, que esperan a lo menos, por milagro, que la España salga de las garras del águila imperial y que por el partido que sostienen de los tiranos, se les premie con mitras, canongías, gobiernos, togas y otras piltrafas. Para precaver pues el contagio político que esparcen aquellos fanáticos cabecillas, de que son excepción de regla unos pocos europeos ilustrados, que conocemos, y el que seamos sorprendidos por esos nuestros enemigos domésticos, que nos vigilan y nos asechan, se hace precisa un suscripción de donativos voluntarios pero indispensables, para que el gobierno nos provea con tiempo de buenos bisturíes y medicinas con que nos defendamos en tierra y por mar. El verdadero patriota debe acreditarlo con hechos, para estimular a los que no son, a que concurran a vacunarse por evitar la infamia de que los tilden de indiferentes, de egoístas, o de Sarracenos. Estos, que nos contagian, y deben ser por su culpa los más pensionados a la contribución patriota, como han sido los más aprovechados con el antiguo monopolio que intentan sostener, y por su inicuo deseo de conservarnos en la esclavitud colonial, aunque sea a costa de hacernos verter arroyos de sangre, concurrirán sin falta a su suscribirse, o tomarán el partido de retirarse de nuestro país, en lo que nos harán un beneficio inefable, en especial si se les hace dejar provisionalmente parte de sus bienes en rehenes, o seguridad de que no intrigarán contra el suelo que los ha hecho felices.


El gobierno no puede hacer milagros de conservar el reino, nuestras vidas y las propiedades con solos los impuestos ordinarios, si no le sostenemos para las necesidades extraordinarias con una parte de nuestros bienes, a proporción  de nuestros haberes o rentas, aunque éstas ya estén gravadas. En el antiguo sistema de nuestros pretéritos amos, por congraciarnos con ellos y sin el gran interés de comprar nuestra inestimable libertad, éramos muy generosos y nos sacrificábamos aún sin la menor insinuación, y sin temer el menor peligro, en oblar voluntarios donativos para sostener a 3.000 leguas una guerra de sucesión que no nos importaba como la actual, de mero capricho e infructuosa, que pretextan por Fernando VII, o para otra que se antojaba al Ministro de España declarar a la Inglaterra por agradar a la Francia, o contra ésta, por sostener los intereses y pretensiones de aquella ¿y será posible que seamos tan indolentes cuando se trata de nuestra propia conservación en el país, y de nuestra honrosa e inapreciable libertad e independencia, que no concurramos a porfía al sostén de causas tan preferentes a nuestros intereses mal entendidos?


Lejos de nosotros los ambiciosos aristócratas de las propiedades, que se esconden en los campos por acumular tesoros, y para que no los tengan presentes en las contribuciones que necesita la patria, o aquellos que están a nuestra vista, pero que quieren, sin un sacrificio individual, que se las defiendan. Lejos de nosotros y del país de la igualdad los aristócratas de blasones, jeroglíficos o talismanes de sangre de jerarquía, que la prefieren al bien de la patria, y no se alistarán de soldados defensores de ella, si no se les dan galones, para no hombrearse con los artesanos, a quienes tienen en menos, aunque sean mejores por sus virtudes patrióticas, por sus talentos, o por su industria benéfica al público. Lejos en fin de nosotros los egoístas e indiferentes, y mientras todos ellos subsistan entre nosotros, que contribuyan con su dinero al sostén del Estado.


Propenda V. pues, señor Editor, con sus sólidos y brillantes discursos al establecimiento de ese Vacunatorio Cívico, o subscripción general de donativos, que se encargue a un patriota de consideración, para que se nos provea de armas, municiones y pertrechos navales, que defiendan nuestras costas y comercio. Tenga V. la bondad de consignar en la Tesorería General del Estado esa oblación tenue de cincuenta pesos, que le remito según mis cortas facultades, sin señalar mi nombre, para no libertarme por ellos de la contribución gratuita, que pienso tener el honor de hacer después en la subscripción que propongo; y cuando llegue el tiempo de sostener con las armas los derechos del Estado, y de nuestro actual buen gobierno, propóngame V. de granadero voluntario y a mi costa entre los soldados artesanos, mis compatriotas, como ciudadano amante del suelo que le alimenta, y de V.C.M.B. su afmo.


C.D.T.L. Neutrum [10].


_________________________________________

[10] Hipólito de Villegas (N del E).