Sin título ["Ya es tiempo de hablar libremente, de exponer..."] Artículo firmado por Julio Publio y Cayo Horacio sobre la necesidad de declarar la independencia

 

 

 

Ya es tiempo de hablar libremente, de exponer sin velos los intereses públicos, y de que en medio de un pueblo que debe ser libre, se eleve la voz intrépida de la verdad. ¡Época feliz en que se ostenta la administración amable y honorable por la liberalidad de sus principios! Yo me propongo tratar del mayor interés de la patria, y este nombre dulcísimo me promete que mis palabras se recibirán con agrado; y yo espero que bien meditadas han de hacer una impresión profunda. La verdad nació para reinar sobre todos los seres racionales, y debe ser noble y varonil. Ella exalta el espíritu e inspira valor; pero sí se necesitan almas fuertes para anunciarla; se necesitan también espíritus rectos y fuertes para recibirla y sufrir su presencia. Anunciar la verdad, es la manifestación más sensible que podemos dar a nuestros semejantes del afecto que les profesamos; recibir bien la verdad es señal palpable de una alma recta y sincera. Cerrarle los oídos, sofocarla, temerla, es el carácter indeleble de la impostura, de la ignorancia, y del endurecimiento en el crimen.


Tiempo es ya de que cada una de las provincias revolucionadas de América establezca de una vez lo que ha de ser para siempre, que se declare independiente y libre,  o que proclame la justa posesión de sus eternos derechos. No me detendré en probar que debemos ser libres. "Sería un insulto a la dignidad del pueblo americano, dice uno de nuestros políticos, el probar que debe ser independiente; este es un principio sancionado por la naturaleza, y reconocido por el gran consejo de las naciones imparciales. No nos liga pacto alguno, ni hay convención que esclavice indefinidamente a todas las generaciones; ni hay ceremonia religiosa, prescrita por la violencia del despotismo, que anule los derechos de la naturaleza. El pueblo, se dice en los preliminares de Elola a la Constitución de España, el pueblo es libre e independiente, y no es ni puede ser el patrimonio de ninguna familia, ni persona; y en él reside esencialmente la soberanía, y por lo mismo le pertenece exclusivamente el derecho de establecer sus leyes fundamentales, y de adoptar la forma de gobierno que más le convenga". La sociedad civil se estableció para la dicha de los hombres; los gobiernos para el bien de la sociedad; pero la prosperidad americana es incompatible con el antiguo orden de cosas; y las circunstancias actuales son el momento favorable que nos ofrece la Providencia para cimentar nuestra libertad y prosperidad. ¡Cuán infausta fuera nuestra suerte si nuestro estado de nulidad, de irresolución o incertidumbre se alargase hasta el momento en que la antigua España, o caiga del todo en las manos de los franceses, o llegase a triunfar en tan desigual contienda por uno de los acasos imprevistos de las combinaciones humanas!  En cuanto a lo primero, es constante que el Emperador ha convidado a las Américas en sus proclamaciones a entrar bajo un gobierno fraternal, pero les promete su protección en el caso que quieran más ser libres, enseñoreándose enteramente de la Península, y estando nosotros envueltos en la causa de los Borbones, intentaría hacer valer contra nosotros los derechos que pretende tener contra sus antiguos dominios, y no tendría en inacción su poder para conservarnos bajo el yugo; pero mientras dura la gran contienda en el continente europeo, él sostendrá su palabra y empleará todos sus recursos para que permanezcamos libres, y no sean nuestros tesoros presa de sus enemigos. ¿Quién nos defendería entonces de un poder colosal, que se aumenta diariamente hasta un grado admirable y reúne del mismo modo las combinaciones políticas y una felicidad tan rara? Los esfuerzos Británicos a nadie han salvado en Europa, y sus recursos deben irse disminuyendo a proporción que crece en el continente el poder y la influencia francesa. En cuanto a lo segundo, ¡infelices de nosotros si salvada la España por un acaso insólito, nos hallasen sus triunfos en el estado de colonos! Al principio ella publicará constituciones, hermosas proclamas, fingiera apreciar y conocer nuestros derechos, pero en teniendo suficiente fuerza, nos oprimiera con un cetro de bronce más pesado que el que hemos sufrido. ¿Hay cosa más escandalosa, y más a propósito para abrirnos los ojos, que el espíritu que han manifestado las Cortes de Cádiz contra las Américas? Este asunto es demasiado extenso, lo tocaremos muy brevemente. Es cierto que la Junta Central para evocar a su socorro el oro de nuestras minas, y que la América tiranizada no se le escapase, resolvió proclamar las antiguas leyes favorables a América, ya olvidadas y holladas; pero las quebrantó ella misma en el momento, llamando dos vocales de cada provincia, aún la más pequeña de España, a participar del solio, y uno solamente de cada Capitanía General de América, aunque el virreinato de México tuviese más de siete millones de habitantes. A renglón seguido fue instituida la primera Regencia con cinco regentes, uno solo americano. Esta Regencia convocó [a] las Cortes, y mandando concurrir a ellas un Diputado por cada cincuenta mil almas, elegido por el pueblo de cada parroquia en cada provincia de España, no quiso que viniese sino un diputado de cada provincia de América, y ese elegido a la suerte entre tres por sólo el Cabildo de la capital.


Aún así no se creyeron seguros de darnos la ley, y bajo el pretexto de que las Cortes urgían, ordenó la Regencia que no asistiesen sino veinte y ocho por todos.


¿Qué sacó el elocuente Mejía de perorar tan largamente y con tanta moción de rodillas en la tribuna, implorando piedad para los mulatos o castas? Él enterneció al público, pero los diputados europeos se mantuvieron inflexibles.


Las célebres once proposiciones de los diputados de América, una de las cuales era la creación de una Junta de siete americanos en cada Capitanía General, consultiva de las propuestas en terna para los empleos, y otra el comercio libre; todas se negaron o diferieron; lo mismo que la igualdad de la representación, que sólo se otorgo para otras Cortes, por ser las actuales constituyentes, para que no tuviésemos parte en el pacto social de la nación.


La representación ingenua del honorable diputado de México, para que se formasen allí juntas provinciales de patricios con una representativa del poder ejecutivo de la Península para contener la autoridad ilimitada de los mandatarios, no mereció ni aún el honor de que se leyese en sesión secreta.


En Abril y Mayo se trató en sesión secreta del comercio libre a instancias de Inglaterra, pero se negó en Agosto por un informe absurdo del Consulado de Cádiz.


Nada hay más escandaloso que la representación dirigida a las Cortes por el Consulado de México, compuesto de los europeos Agreda, Echavarri y Miño, en que aglomeran todos los dicterios, calumnias y horrores que el odio más negro y el encono más profundo pudo vomitar contra los hijos de América, sin perdonar a estado, ni clase alguna. Dos horas y media duró la lectura de tan atroces insultos mandada hacer en sesión pública el 15 de Septiembre [16].


¿Cuál, pues, fuera la suerte de la América bajo la dominación de tales hombres? La Inglaterra ayudaría a agravar su yugo y acrecentar su miseria. A la Inglaterra le importa nuestra sujeción a la España, igualmente que el monopolio de Cádiz, para apoderarse de este modo de las riquezas americanas por medio del comercio. Poco importa que el comercio no sea libre, si sus manufacturas se venden a las colonias españolas por el conducto de los monopolistas gaditanos. Examinemos este asunto bajo dos respectos.


Es necesario solamente examinar el sistema colonial de la Gran Bretaña, y su interés a conservarlo, para formar una idea de su política hacia las Américas, y de la ninguna esperanza que hay de que ella favorezca su libertad, o proteja su independencia. Sabemos por una vista comparativa del producto y de la población de la Gran Bretaña que su fuerza es ficticia, que su importancia entre las naciones proviene únicamente de su comercio, que tuvo su origen y se mantiene por sus colonias. La Gran Bretaña es el emporio de los productos y el centro del comercio de la Asia, de la África, y de la América; los productos de las colonias de la Gran Bretaña deben entrar en la Europa por los puertos de la madre patria, y deben ser extraídos en sus propios buques, de donde provienen sus recursos y su fuerza, crea sus marineros, forma su marina y los medios para mantenerla.


Privada de sus colonias, la Gran Bretaña pierde para siempre su importancia, y si no llega a ser la rapiña de sus vecinos ambiciosos, decaerá, y reducida a su poca población y a sus pocos recursos interiores, será ninguna su influencia en la esfera de las naciones. De qué modo la libertad de estos países obraría sobre el sistema colonial de la Gran Bretaña, debe ser evidente a cualquiera que considere el impulso ya dado por el ejemplo de los Estados Unidos, y la proximidad de sus colonias las más importantes. La llama sagrada de la libertad, una vez encendida sobre este vasto continente, atravesará y vivificará las partes más remotas tierra.


Supongamos por un momento que la España pueda ser conservada por los esfuerzos de los Ingleses; en este caso pueden ellos conciliar su política colonial con sus intereses comerciales, erogando de la gratitud de los españoles unos privilegios de comercio que reducirían a este país al estado del Brasil. Vemos cuál era su política por las instrucciones del Rey a los Generales Crawford y Whitelock cuando vinieron a conquistar estas provincias:


"La consideración predominante que ha detenido por tanto tiempo a S.M. la invasión de alguna parte del territorio enemigo en la América del Sud, era el peligro de excitar en este país un espíritu de insurrección y de rebelión que condujese a los excesos los más sanguinarios, motivado por la impaciencia bien conocida que sienten los habitantes, el cual puede hallarse imposible contener excepto por una fuerza muy superior. Para impedir este peligro, es la voluntad de S.M. que sean empleadas todas las medidas que estén en vuestro poder, o de la autoridad, o de la conciliación, y que vuestros esfuerzos principales sean siempre dirigidos al mantenimiento del orden interior y de la tranquilidad en los territorios ocupados por sus armas y en los países contiguos, donde no debéis por ningún modo proteger ningún asunto de insurrección o de rebelión o medidas que pueden conducir a otra mudanza que la de poner el país bajo la protección del Gobierno de S.M."


Si esta era la política entonces, cuando estaba en guerra contra la España, ¿qué esperanza debemos tener cuando es su aliada? ¿O cuando que por ella se salvase del naufragio?


En el caso que la España caiga en las manos de los franceses, ¿cuál entonces será la política de la Gran Bretaña? Es evidente que su sistema colonial ha de predominar siempre. Su existencia política está entretejida con él, y todo el tiempo que haya una Junta, Regencia, o un príncipe de la familia de Borbón, cuyos derechos puedan sostener, y en cuyo nombre puedan gobernar a estos países, los han de avalorar con la esperanza de gobernar directa o indirectamente a estas Américas. Esto parece claro por la carta de Lord Straford, y por las instrucciones de los ministros ingleses a los comandantes de su marina que están Caracas: "Tanto tiempo que la nación Española persevere en su resistencia a sus invasores, y que quede una esperanza razonable al buen suceso de su causa en España, S.M. siente de su deber, por toda obligación de justicia y buena fe, desalentar todo asunto que pueda producir la separación de las provincias españolas en la América de la madre patria en la Europa, la integridad de la monarquía española sobre principios de justicia, y de verdadera política siendo no menos el objeto de S.M. que de todo leal y patriótico español; pero si al contrario de los deseos de S.M., y de sus esperanzas bien fundadas, los dominios españoles en Europa caen en manos del enemigo común, S.M. se sentirá obligado, por los principios que han influido a su conducta en la causa de la nación española, de conceder todos los auxilios a las provincias en la América que pueden hacerlas independientes de la España francesa, para que puedan servir como un lugar de refugio a estos españoles, quienes desdeñando someterse a sus opresores, pueden mirar a la América como a su asilo natural y pueden conservar los restos de una monarquía para su soberano desgraciado, si llega a ser su suerte el recuperar su libertad bajo de tales circunstancias".


Los antiguos odios, y el espíritu de tiranía, han crecido inmensamente con la revolución americana; y así la degradación, el desprecio, los insultos se aumentarán sobre toda medida. ¡Infelices entonces de los hombres ilustrados, y de los hombres de bien, que se han declarado por las prerrogativas de los pueblos! Porque ¿habrá hombre racional que no conozca que todos cuantos han tenido parte en estos movimientos revolucionarios, todos cuantos se han manifestado penetrados de sus derechos, y que han querido ser libres, si acaso renuncian por una vil apostasía a estos principios generosos, serán en verdad los instrumentos de la opresión, y el de la esclavitud de su país? Serán considerados por algún tiempo, pero será solamente mientras el gobierno español necesite de ellos, mientras los mire como a unos criminales útiles, porque ningún gobierno prudente confió jamás en los hombres indignos que vendieron a su patria. Ellos descenderán al sepulcro cubiertos de oprobio y de ignominia, y sus nombres, que pudieron haber sido celebrados en los fastos de la historia, y ensalzados por la posteridad como los héroes y libertadores de su patria, serán execrados por las generaciones futuras.


Los que tengan la cobardía de someterse, sin tener la bajeza de servir de instrumento del despotismo, no gozarán de mejor suerte. Ellos pagarán bien caro su antiguo patriotismo y su debilidad. Sobre ellos se vengará la España de la deserción de las Américas en sus mayores apuros; y estos débiles, que con valentía pudieran haber salvado a su patria, adquirido un nombre inmortal, y esa vida inapreciable de la fama y de la historia, perecerán miserablemente y sus odiosos nombres serán sepultados en el olvido.


Grandes son, pues, los males que nos amenazan si no nos aprovechamos de la actual coyuntura. Ahora es cuando la inconstante fortuna se nos sonríe, y nos extiende una mano favorable. En efecto, una de las circunstancias que más nos convida a dar el paso necesario de la declaración de la independencia, es la actual impotencia de los poderes de Europa para oponerse a nuestra libertad. Esta impotencia es bien conocida, y bien visible. Entre aquellas potencias, la España, si merece todavía este nombre, y sus inmediatos aliados, son los únicos que en el momento presente mirarían con un disgusto infructuoso nuestra libertad. Pero ellos están empeñados en la desigual contienda contra el coloso del poder. Necesitan de todas sus fuerzas, de todos sus recursos para alargar su vida algunos momentos; a lo menos en su actual crisis, debilidad, peligros, y desórdenes en sus gobiernos y negocios domésticos, son muy poco temibles.


La Francia tiene una política muy profunda, y está dirigida por una cabeza muy iluminada, para no propender a nuestra independencia, y sostener del modo posible nuestro vuelo para que no seamos presa de la Inglaterra, o de la España, que todo es lo mismo, y para que no las ayudemos con nuestras riquezas. Bien que es verdad que no necesitamos de ningún auxilio, siendo nuestros enemigos o nulos o muy débiles, y con tal que gocemos de una administración ilustrada.


Habiendo tomado nuestro asientoy ocupado la jerarquía que nos señalan las leyes de la naturaleza entre las naciones del mundo; siendo reconocidos como un pueblo soberano por la Francia, la Rusia, los poderes de Alemania, y por los pueblos libres de América; siendo independientes como todos ellos, los insultos, los ataques que se nos hiciesen, serían contrarios a los derechos de las naciones, y una parte de la Europa se armaría contra la otra para defendernos por el interés dictado por una política sensata que enseña a estorbar que ninguna potencia se haga demasiado poderosa. Este ha sido, y aún es, el motivo de tantas guerras. Los estados débiles se conservan por el interés recíproco, y por los celos de las Potencias grandes.


Las alianzas, que entonces contrayéramos, y que nos serían fáciles de contraer por una conformidad de intereses; la vigilancia, la actividad, el arreglo interior, a que entonces nos precisará más nuestro peligro y resolución, nos pondrían en un pie de defensa muy diferente de aquel en que nos tiene el estado triste de colonos: vacilantes entre la esclavitud y la libertad, expuestos a destruir nuestros recursos por disensiones civiles, esperando a que cualquier enemigo tenga lugar para atacarnos, y que nos halle debilitados por nuestros desaciertos, y en tan mal pie de resistencia, que opondremos unos esfuerzos impotentes, o tendremos el dolor de hacer una capitulación deshonrrante y vergonzosa que no nos salvará de horribles desastres, persecuciones, y calamidades.


¡Amada patria mía! ya es tiempo de que des el gran paso que te inspira la naturaleza y la fortuna, y que ha preparado tan de antemano y tan felizmente el orden de los sucesos. Proclámate independiente. La independencia te librará del título de rebelde que te dan tus opresores con insolencia. Entonces, entonces es cuando serán cabecillas tus enemigos ocultos. Esto es lo único que puede elevarte a la dignidad que te es debida, adquirirte protectores, conciliarte respetos y la inapreciable ventaja de tratar con las potencias antiguas como con tus iguales. ¿Por qué estamos débiles? ¿Por qué no es una, ni universal la opinión? Sin duda porque hemos vacilado entre la libertad y la esclavitud, envueltos en eternas incertidumbres, recelando siempre los unos de los otros. Ya no es tiempo de pensar: demasiado hemos pensado. La fortuna nos condujo a la orilla de un río que es necesario o pasar o perecer, y nosotros damos el espectáculo ridículo de quedarnos a la orilla mirándonos las caras unos a otros, dando oídos, ya a unos sofistas despreciables que llaman prudencia al extremo de la imprudencia, de la cobardía y la locura, sin advertir que en las grandes deliberaciones en que sólo hay un partido que tomar, la demasiada circunspección sólo sirve para perderlo todo, y de que en tales casos sólo la audacia salva a los pueblos; ya a unos enemigos encubiertos, que sólo pueden darnos consejos pérfidos. La independencia destruirá esa idea inspirada por la tiranía, y recibida por la esclavitud, de que nuestros enemigos gozan de mejores derechos que nosotros y de que nacieron para mandarnos. Nuestra independencia y la sabiduría de nuestras leyes confundirá a los mentecatos y a los perversos que o creen, o fingen creer, que la libertad es un fantasma creado e imaginado por los sabios, y usado por los ambiciosos para elevarse y establecerse sobre su ruina. Desengañados por la experiencia, llegarán a penetrarse de las ventajas de la libertad, o serán contenidos por el rigor de la ley. El pueblo se acostumbrará al gobierno de su país, sabrá que no tiene más magistrados que los que eligió él mismo, y que siendo libre, y siendo necesario que haya una autoridad que vele sobre la conservación del orden, él debe elegirla; y ya electa, esa es la legítima autoridad, esa es la magistratura sacrosanta de la patria. Entonces el gobierno se ocupará en el gran objeto de la ilustración pública, y haciéndose ésta universal (lo que ha demostrado la Aurora ser muy fácil) se opondrán todos con otro espíritu a la invasión de sus naturales derechos.


Así lo sienten y esperan con confianza los dos amigos


Julio Públio.
Cayo Horacio.


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[16] Carta de un americano al Español sobre el número 19.
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