Sin título ["Cuando por un beneficio inestimable..."]. Relativo a la instrucción pública

 

 

 

Cuando por un beneficio inestimable de la Providencia resplandecen en la primera magistratura las virtudes republicanas, y al mismo tiempo entiende en los negocios económicos del pueblo un Cabildo ilustrado y filantrópico, es oportuno recordar lo que se ha repetido tantas veces, la necesidad de promover la educación, de generalizar los buenos principios, y perfeccionar, y aún formar la razón pública.


Nuestra juventud hábil, graciosa y bien dispuesta,
Conserva tristemente en inacción funesta
El ánimo sublime.


Aún está sin establecerse el Instituto Nacional, aprobado por las autoridades constituidas; y su falta es cada día más sensible. Su plan comprende los objetos más interesantes y más indispensables; y no es posible adquirir y comunicar en menos tiempo, ni con menos gastos tantos conocimientos. El gobierno está ocupado en grandes y multiplicadas atenciones y solicitudes; mas como el Instituto consta de dos partes, la una la Sociedad de Sabios, y la otra los alumnos, si se crease la Sociedad, esta entendería en realizar y organizar todo lo restante del Instituto.


Un Catecismo Patriótico, escrito con la mayor sencillez, claridad y brevedad, repartido a las escuelas para que los niños lo tomasen de memoria, y lo recitasen en las plazas, convidando antes a la plebe por carteles para que asistiese, fuera sin duda muy útil; y estas escuelas serían de mayor utilidad para las familias, y menos pesadas para los niños, si se sujetasen a la inspección de personas sabias que arreglasen el plan de la enseñanza y economía interior. Es innegable que se enseñan en las escuelas cosas no necesarias; que lo bueno que se enseña se puede enseñar de mejor modo; por ejemplo, los principios aritméticos se enseñan generalmente muy mal, pudiendo los niños en el mismo tiempo y más fácilmente adquirir todos aquellos conocimientos aritméticos que se necesitan tanto en la vida civil, y en cualquiera profesión a que se dediquen. El actual gobierno interior de las escuelas no es aprobado por las personas sensatas.


Fuera muy de desear que el Catecismo Patriótico se esparciese por todas las clases de la sociedad, por todas las villas y pueblos, entre los artesanos, y entre las milicias y cuerpos del ejército.


Todas estas cosas son muy fáciles de hacerse, y deben contarse entre las de la mayor importancia y necesidad.


Todos están convencidos de la negligencia de los antiguos gobiernos, o de sus funestas intenciones acerca de este asunto. Aquellos gobiernos miraban como una cosa indiferente el que los hombres fuesen ilustrados o ignorantes: por mejor decir, el despotismo, enemigo de las luces, procuraba conservarlos en una estupidez permanente, se desvelaba en dividirlos para mejor esclavizarlos, oponía obstáculos continuos a la difusión de los buenos principios, y a la perfección de la razón pública. Es pues tiempo de que una política ilustrada y liberal, una administración virtuosa y prudente, y una municipalidad tan activa como amante del pueblo, extirpe abusos, establezca lo que nos falta y más necesitamos.


Por ahora podemos dividir en tres clases a las personas que han de ser el objeto de la educación e instrucción. A la de los niños se consulta por medio de lo que se ha dicho sobre las escuelas; a la de los jóvenes de familias honestas se consulta por medio del Instituto; y la instrucción de la plebe puede promoverse por medio del Catecismo Patriótico, y recitado por los niños, y esparcido entre todas las clases, y además por el medio eficasísimo, insinuado ya, de los misioneros patriotas, que lleven y difundan por todas partes los conocimientos más útiles, y disipen las preocupaciones y engaños funestos. Un gobierno ilustrado y económico puede sacar grandes ventajas de esta clase preciosa y venerable de ciudadanos, entre los cuales hay talentos desconocidos, y un patriotismo desnudo de interés. Parece que el antiguo régimen se había propuesto envilecerlos, pudiendo haber sacado de un cuerpo tan numeroso maestros, ministros y pastores. Ellos son en todos los países los únicos doctores y moralistas del pueblo, y la piedad, el carácter, y la opinión del saber, dan un gran peso a sus palabras y lecciones. Encárgueseles pues la útil, y necesaria empresa de difundir los principios saludables de nuestro sistema entre las clases del estado llano y de la plebe de todo el territorio del Estado, y todos respirarán el amor, y el celo de la gran causa.


Hasta ahora ha sido difícil hallar hombres instruidos y virtuosos a quienes confiar las escuelas de primeras letras. Si se diese a esta digna ocupación el honor que merece, y se conociese su importancia; si a los sacerdotes que se consagrasen a ella a ejemplo de los monjes y pastores de la venerable antigüedad, se les concediesen e hiciesen guardar los honores, prerrogativas y emolumentos de que gozan los graduados en sus comunidades, reputándose los años empleados en este ejercicio como si se hubiesen gastado en las lecturas de la cátedra, entonces, entonces [sic] se hallarán en las comunidades religiosas excelentes maestros.