Continuación del discurso hecho al Gobierno sobre la lúe venérea [2]. Conclusión del texto cuya publicación se iniciara en Tomo II, Nº 5, Jueves 4 de febrero de 1813

 

 

 

El acto de la reproducción, aunque común e irresistible a los seres orgánicos, muchas veces no se origina de una verdadera necesidad. El hombre en el estado social, y en medio de grandes poblaciones, es a cada paso excitado: la vida poco activa, los alimentos nutritivos y estimulantes, y los atractivos que traen consigo la época del lujo, lo arrastran incesantemente, y la naturaleza forma un hábito que tiene funestas consecuencias. Las dificultades que se presentan para abrazar el matrimonio en la mayor parte de sus individuos, cuyas causas son largas de enumerarse, dan un campo vasto a la relajación; y así una parte del bello sexo busca un modo para procurarse su manutención con la infeliz y humillante situación de prestarse a las ansias de una pervertida concupiscencia. La tolerancia es lo que se adopta por los que gobiernan como indispensable a evitar mayores desórdenes, y que en el estado actual de las cosas es imposible detener; pero la salud pública exige que el orden intervenga en esta vergonzosa ocupación para que la sociedad no reciba un doble daño. La inevitable prostitución debiera esconderse de la vista de las familias púdicas, y el gobierno tendría bajo un golpe de ojo el estado de salud de sus individuos. La tenacidad con que los hombres casi siempre han seguido los erróneos y absurdos sistemas de los antepasados, ha detenido los naturales progresos de las naciones; y los legisladores han hallado siempre grandes escollos cuando han tentado destruir los abusos de una envejecida ignorancia. Esta misma tenacidad ha dado mucho que hacer a los filósofos en estos últimos tiempos; esperamos que el estudio de las ciencias y de la filosofía se hagan más comunes, y entonces la sola razón será la que guíe las operaciones de los hombres. Al presente, puede el Gobierno vigilar sobre la salud de aquellas infelices que se hallan contaminadas, y procurarles un asilo para su curación, comisionando a este fin a los alcaldes de barrios para su secreto informe con intervención de algunos facultativos.


Parece que los que gobernaron fueron más adictos a edificar suntuosos edificios destinados a una estéril magnificencia y lujo para ser [¿hacer?] inmortal su nombre y lisonjear su vanidad, que a dirigirse a un verdadero bien de los pueblos. Necker mucho se lamentó de esta conducta en el caduco gobierno de los Borbones en Francia. El gran Luis fue el único que dio mano al célebre Hospital de los Inválidos, que tanto ha honrado su memoria; este no fue más que un asilo debido a los ilustres defensores de la patria. En esta ciudad se observa que algo se ha pecado en esto; no se conoce hasta ahora un hospital bien construido y arreglado para alivio de una considerable parte de ciudadanos indigentes, y para los que están destinados a la defensa de los derechos del país. La necesidad de un hospital para la curación de la lúe venérea, tan desoladora en este país, es evidente.


Fue siempre un importante objeto de las naciones antiguas el establecimiento de los baños públicos. Aún al presente se ven los vestigios de su suntuosidad entre los griegos y romanos. Su utilidad es incontestable, y ejercen sobre las facultades vitales una influencia indispensable en las sociedades civilizadas. La lúe venérea sería más benigna, y no tan fácil de propagarse si los baños fuesen más comunes y accesibles a la clase inferior. La Persia y Turquía están casi libres de su infección por el uso continuado que hacen de ellos aquellos pueblos, y nos veríamos aún libres de una multitud de afecciones cutáneas. Es verdad que la ocupación del gobierno gira sobre cuantiosos objetos. Por eso, una comisión de salud pública era muy a propósito para atender a estos ramos, y entonces estos dóciles habitantes conocerían que la felicidad del hombre es el verdadero objeto de las solicitudes de los que gobiernan.


La medicina es una profesión vasta, ligada a muchas ciencias; y lo más difícil es que las leyes vitales, o las leyes que presiden a los seres orgánicos, son variables, y que cada individuo tiene un modo de existir peculiar a su propia naturaleza. He aquí en donde reside lo más dificultoso y arduo en el ejercicio de esta sublime profesión. La lúe venérea, aunque de la misma naturaleza, ataca diferentemente a cada uno por las modificaciones que halla en su organización; y el método curativo debe ser diferente, según el temperamento y sensibilidad de cada individuo, aunque la substancia sea de la misma especie que se usa para su curación. Un buen médico debe atender a muchas circunstancias en la administración del mercurio, pues es una substancia muy activa y nada indiferente; y su método debe variarse según el temperamento, edad, estado actual de la lúe venérea, etc., de una persona. Si todas estas circunstancias a veces embarazan a un buen médico, ¿qué será de unos empíricos e intrusos, desnudos enteramente de conocimientos, que se atrevan a curar estas enfermedades? y puedo decir que la mayor parte del pueblo está en las manos de estos atrevidos ignorantes. Diariamente veo las tristes víctimas de un mal método mercurial, y lo peor es que se hace más rebelde, pues siendo un principio asentado que un continuo estímulo embota el sentido, con el mercurio administrado por una mano inexperta el virus sifilítico se hace más tenaz, y no obedece ya a la acción de este agente por haberse hecho familiar: el mercurio, esta preciosa substancia, debe ser administrado por una mano hábil. Una buena curación interesa no sólo al individuo sino a los seres que el reproduce; la lúe venérea puede propagarse a muchas generaciones ¡que interesante es su extinción para el Estado! El remedio está en las manos de un activo gobierno.


Un extranjero sin relaciones, y recién llegado, se conduele de la deplorable situación de este país, ofrece sus débiles reflexiones, parto de su sensibilidad, y espera que no recaigan sobre un terreno ingrato. Un gobierno patriótico actualmente substituye al colonial, los derechos sagrados del hombre serán inviolables, y la gloria de los que mandan se reducirá solamente a haber hecho felices a sus semejantes; y de su parte los extranjeros deben propender con sus cortas facultades al bien de un país que observa las máximas de una generosa hospitalidad.


J.M.S.


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[2]

(Nota en el título) La primera parte en Tomo II, número 5, Jueves 4 de Febrero de 1813 (N del E).

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