Artículo comunicado. Sobre los sucesos de Venezuela, suscrito por Patricio Curiñancu (Camilo Henríquez)

 

 

 

Caracas ha sufrido un golpe terrible en su naciente libertad, porque aquel gobierno se descuidó en uniformar la opinión pública creyendo sin duda que la verdad de sus principios, y las ventajas consiguientes al rango y jerarquía a que había ascendido aquel pueblo, eran tan palpables e igualmente conocidas de todos sus individuos, que no habría alguno tan necio que no las apeteciese, y no estuviese dispuesto a sostenerlas a costa de cualquier sacrificio que debía necesariamente ser recompensado con largueza o en su persona, o en su posteridad. Pero el gobierno se engañó. Habían [había] centenares de fanáticos, habían [había] crédulos, habían [había] egoístas. Unos sostenían la causa de los opresores, figurándose que encontrarían en ellos un apoyo seguro a sus fortunas. Otros, más sabidos, se mantenían en una taimada neutralidad, reservando declararse a favor del que triunfase, con lo que sin incomodidad ni riesgo venían a disfrutar de las fatigas de los demás, y a reírse de las desgracias de los vencidos. Pero esta cuenta, que se ha hecho en millares de ocasiones, ha salido errada otras tantas veces, y últimamente en Venezuela.


Un horrible terremoto, semejante a los que ha padecido esta ciudad, la de Concepción, Quito, Lima, Lisboa, la Calabria, y casi todos los puntos del globo, consternó aquella tierra. La superstición, este azote de los pueblos, más funesto que los meteoros más terribles, esta plaga antigua del género humano, siempre auxiliar de la tiranía, y que se acompaña siempre de la ignorancia, proclamó a este fenómeno tan natural y frecuente, como un signo infalible de que el cielo se interesaba en que diez y seis millones de racionales volviesen a la suerte de las bestias, y continuasen viviendo en la esclavitud de la nación más cruel, más atrasada y más inmoral del mundo, sumidos en perpetua desesperación y hechos esclavos de los esclavos de los franceses.


Un marino español se aprovechó de este accidente porque siempre los marinos españoles, con iguales juegos de manos, han hecho creer a los hijos de América que son árbitros de la voluntad de Ser Supremo. Así, Colón en la Jamaica les hizo entender a seiscientos mil indios infelices, o a un millón como dice el venerable Obispo Las Casas, que un casual eclipse era indicante de que debían sometérsele; como lo creyeron y perecieron después todos, unos en las minas, otros quemados vivos, otros degollados, otros descuartizados para mantener a los perros con sus carnes. Los de Venezuela se entregaron a un nuevo Colón, y han sido tratados a la española. Han tenido la misma suerte los que pelearon por la libertad, que los que la minaron, y ayudaron a los tiranos. Trescientos de sus mismos adictos y faccionarios fueron envenenados por ellos, porque no tenían como hacerles causa, y dijeron que morían de peste. De este modo, salieron mejor los enemigos declarados, porque infinitos de ellos huyeron con tiempo para volver a la carga. Han sido medidos con la misma vara los patriotas y los sarracenos, porque de todos se desconfía, y con razón; de los unos, porque son enemigos, de los otros, porque son viles y tan insensibles que no sienten el desprecio de sus verdugos. Este ha sido siempre el sistema nacional, destruir a los que alguna vez pueden serles contrarios. Esto mismo han hecho en todos los puntos que han conquistado; esto hicieron en toda la América, lo hicieron con los moriscos, lo hicieron en Orán, cuando lo conquistó Pedro Navarro; esto han hecho en Quito, Cochabamba, etc.


Compatriotas: estas son indirectas del Padre Cobos para que aprendáis en cabeza ajena. Tomemos ya un lenguaje más serio. Una muerte noble es sin duda preferible a un yugo infame y eterno y sobre todo a la muerte digna de los malvados. ¡Cuán duras medidas se adoptarían para reduciros a la imposibilidad de sacudir las cadenas, cuyo peso crecería inmensamente! Estas medidas de seguridad comprenderían a todos, ni se exceptuarían los hijos y parientes de los nuevos autores de la esclavitud. No estudiéis en engañaros: la división fue siempre la vanguardia de la tiranía, y la seducción su precursora. Ya sabéis cuan sanguinarias han sido las disposiciones de las Cortes en medio de las convulsiones y paroxismos de su muerte. Tened a la vista la suerte del cacique de Haití, que ayudó a construir el primer fuerte español en esta parte del mundo. Sigamos la conducta de nuestros sabios araucanos, que deben su libertad a todo el odio inextinguible, y a toda la desconfianza de que son dignos nuestros horribles progenitores. ¡Ah! Admiradores de los extraños, miramos con desdén lo grande y sublime que tenemos dentro de casa. Tengamos un poco de firmeza mientras el genio extraordinario de la época presente, el nuevo Tito, purga la tierra de una raza abyecta, enemiga de la luz, y que exterminaría a los hombres al pretexto de servir al Dios de Caridad.


Patricio Curiñancu.