Carta de Guillermo Tomás Raynal, leída en la Asamblea Nacional el 31 de Mayo de 1791. Carta en que Raynal cuestiona algunos de los procedimientos de los revolucionarios franceses

 

 

 

Advertencia.


Esta carta, de cuyo mérito se hace mención en el número 2º del tomo 1º de la Aurora, contiene grandes lecciones para los pueblos que han roto sus cadenas y aspiran a vivir bajo sus propias leyes. De ella tome para sí cada uno lo que le conviene.


"Señores: al llegar a París, después de una larga ausencia, se volvieron hacia vos mi corazón y mis ojos; y me habríais tenido a los pies de vuestra asamblea augusta, si mi edad y mis enfermedades me permitiesen hablaros, sin una emoción demasiado viva, de las grandes cosas que habéis hecho, y de todo lo que os queda por hacer para fijar sobre esta tierra agitada la paz, la libertad, la felicidad, que intentáis procurarnos.


No creáis que soy de aquellos que desconocen el celo infatigable, los talentos, las luces y el valor que habéis mostrado en vuestros trabajos inmensos. Pero muchos otros os recuerdan los títulos que tenéis a la estimación de la patria; por lo que hace a mí, sea que me consideréis como a un ciudadano que usa del derecho de petición, sea que dejando un vuelo libre a mi reconocimiento, permitáis a un antiguo amigo de la libertad que os pague lo que os debe por la protección con que lo habéis honrado, yo os suplico oigáis verdades útiles. Yo me atreví a hablar a los reyes de sus obligaciones, sufrid que hoy hable al pueblo de sus errores propios, y a los representantes del pueblo de los peligros que nos amenazan a todos.


Yo siento una tristeza profunda por los desórdenes y crímenes que cubren de duelo a la patria. ¿Deberé recordarme con horror que soy yo uno de aquellos que, experimentando una indignación generosa contra el poder arbitrario, di tal vez armas a la licencia? ¿La religión, las leyes, el orden público, es cierto que piden a la razón y la filosofía unos lazos que las unían a esta gran sociedad de la nación como si persiguiendo nosotros los abusos, trayendo a la memoria los derechos de los pueblos, y los deberes de los magistrados, hubiesen roto estos lazos nuestros esfuerzos criminales? Pero no, jamás los conceptos audaces de la filosofía se presentaron por nosotros como la medida rigurosa de los actos de la legislación. ¿No podéis, sin error, atribuirnos lo que sólo ha resultado de la falsa interpretación de nuestros principios, y con todo, estando para descender a la noche del sepulcro, y abandonar esta familia inmensa cuya dicha he deseado tan ardientemente, que veo alrededor de mi? Turbaciones religiosas, disensiones civiles, la consternación de los unos, el furor de los otros, un gobierno esclavo de la tiranía popular, soldados sin disciplina, jefes sin autoridad, y la potestad pública que sólo existe en los clubs, donde hombres ignorantes y groseros se atreven a pronunciar sobre todas las cuestiones políticas.


Tal es la verdadera situación de la Francia. Ningún otro osará decirlo; yo lo hago porque debo hacerlo, porque he vivido ya ochenta años, porque ninguno puede acusarme de desear el régimen antiguo; porque llorando sobre el estado de desolación en que está la Iglesia, no se dirá que soy un sacerdote fanático, y porque, mirando como el único medio de salud la concentración de la autoridad, no se me acusará de ser partidario del despotismo, ni de esperar sus favores

¡Ay! yo me llené de esperanza y de alegría cuando os vi poner los cimientos de la felicidad pública, perseguir los abusos, proclamar todos los derechos, sujetar a unas mismas leyes, a un régimen uniforme las diversas partes de este imperio. Mis ojos se llenaron de lágrimas, cuando vi a los hombres más viles empleados como instrumentos de una reforma útil; cuando vi al santo amor del patriotismo prostituido a la maldad, y marchando la licencia bajo el pabellón de la libertad en triunfo. Mezclose el espanto a mi justo dolor, cuando vi romperse todos los resortes del gobierno, y sustituir impotentes barreras a la necesidad de una fuerza activa y represora.


Yo he oído las voces insidiosas que excitan falsos terrores para apartar vuestras miradas de los verdaderos peligros; que os inspiran funestas desconfianzas para hacer que abatáis sucesivamente todos los apoyos del gobierno. Me ha sorprendido el terror cuando observando en su nueva vida a este pueblo, que quiere ser libre, he visto que no sólo desconoce las virtudes sociales, la humanidad, la justicia, únicas bases de la libertad verdadera, sino que recibe con ansia nuevos gérmenes de corrupción, y nuevas causas de servidumbre.


¡Ah! ¡cuánto sufro cuando en medio de la capital, y en el centro de las luces, veo a este pueblo seducido recibir con alegría feroz las proposiciones más culpables, oír con risa los asesinatos, cantar sus crímenes como victorias, formar enemigos de la revolución, profanarla, cerrar los ojos a sus propios males, sin acordarse que en un solo delito reposan las semillas de una infinidad de desgracias! Él danza sobre las ruinas de su moralidad, sobre el borde del abismo que puede tragar sus esperanzas. Este espectáculo de alegría es lo que más me ha conmovido. Vuestra indiferencia acerca de este horrible extravío del espíritu público ha hecho que adulaciones corruptoras y murmuraciones secretas reemplacen las puras alabanzas que recibían vuestros anteriores trabajos.


Pero aunque es tan grande el valor que me inspira la cercanía de mi muerte, y el amor de la libertad, que he profesado antes de que nacieseis, siento en mi, al hablaros el temor de que no se defiende hombre alguno cuando se coloca con el pensamiento en la presencia de los representantes de un gran pueblo.


¿Me detendré aquí, o continuaré hablandoos como la posteridad?  Sí, señores, yo os creo dignos de oír este lenguaje.


Yo he meditado toda mi vida las ideas que acabáis de aplicar a la regeneración de la Francia. Yo las meditaba en un tiempo en que proscritas por todas las instituciones sociales, por todos los intereses, por todas las preocupaciones, ellas solo presentaban la seducción de un sueño consolador. Entonces, ningún motivo me impelía a pesar las dificultades de su aplicación, y los inconvenientes terribles que tienen las abstracciones, cuando se les reviste de la fuerza que manda a los hombres y a las cosas, cuando la resistencia de estas y las pasiones de los hombres son los elementos necesarios que deben combinarse.


Lo que yo ni debí, ni pude prever en el tiempo y en las circunstancias en que escribía, debísteis tener presente en vuestras operaciones por el imperio del tiempo y de las circunstancias en que os halláis; y creo que debo deciros que no lo habéis hecho bastantemente.


Por esta falta única, pero continua, habéis viciado vuestra obra, y os habéis puesto en tal situación que tal vez no la preservaréis de una total ruina, si no volvéis sobre vuestros pasos.


Llamados a regenerar la Francia, debisteis considerar lo que era posible conservar útilmente del orden antiguo, y lo que no era, por otra parte, posible destruir.


La extensión de la Francia, sus necesidades, sus costumbres, el espíritu nacional, se oponían invenciblemente a que jamás se admitiesen en ella las formas republicanas sin producir una total disolución. Organizando los dos poderes, el del ejecutivo y el de la representación nacional, debíais conocer que la fuerza y el suceso de la constitución dependían de su equilibrio; y debísteis tomar precauciones contra la actual tendencia de las ideas. En estas declina la fuerza del ejecutivo, y crecen los derechos del pueblo. Debilitando vos aquella fuerza, vinisteis a producir este triste resultado: una primera magistratura sin autoridad, y un pueblo sin freno.


Entregandoos al extravío de la opinión dominante, favorecisteis la influencia de la muchedumbre y multiplicasteis hasta el infinito las elecciones populares. Olvidasteis que la frecuencia de las elecciones, y la corta duración de los empleos, son un principio de relajación y debilidad en los resortes políticos. Olvidasteis que la fuerza y fortaleza de la autoridad ejecutiva debe crecer en proporción del número de los que debe contener y proteger.


Proclamasteis el dogma de la libertad de las opiniones religiosas, y permitís ultrajar y perseguir a los sacerdotes porque no obedecen a vuestras opiniones religiosas. Consagrasteis el principio de la libertad individual, y existe en vuestro seno una inquisición que sirve de modelo y pretexto a todas las inquisiciones subalternas esparcidas en todas partes por una inquietud facciosa.


¿No os espantáis de la audacia de los escritores que profanan el nombre de patriotas? Queréis la libertad del pueblo, y ellos quieren que sea el pueblo el más feroz de los tiranos. Queréis regenerar las costumbres, y ellos prescriben el triunfo del vicio y la impunidad del crimen.


¿Qué forma de gobierno puede resistir a la nueva dominación de los clubs?  Destruísteis todas las corporaciones, pero la más colosal, la más formidable de las agregaciones se eleva sobre vuestras cabezas, disuelve todas las autoridades. Aquí es donde los hombres violentos se electrizan y forman esos volcanes horribles que vomitan lavas inflamadas.


Hicisteis una declaración de derechos; y esta declaración imperfecta si la comparáis con los conceptos metafísicos, ha derramado en toda la república numerosas semillas de desorganización y desorden.


Siempre vacilantes, entre vuestros principios que no modificáis de vergüenza, y entre las circunstancias que os precisan a excepciones, os guiáis más por vuestros principios que por la utilidad pública.


A pesar de vuestros esfuerzos, sois a veces inconsecuentes e impolíticos: habéis perpetuado la esclavitud de los negros, con lo que alarmáis al comercio y exponéis vuestras colonias.


Ninguno de estos reparos escapa a los amigos de la libertad; ellos reclaman por el depósito de la opinión y razón pública, cuyo órgano sois, y que ya están sin carácter.


Os mira asombrada la Europa, amenazada por la exageración de vuestros principios. No aspiréis a haceros formidables por inmoderadas innovaciones peligrosas para todo el mundo.


Abrid los Anales del universo. Invocad la sabiduría de los siglos, y ved cuántos imperios perecieron por la anarquía. Tiempo es que cese la que nos destruye, de reprimir las venganzas, las sediciones, las conmociones, y restituirnos la paz y la confianza.


Para lograr este fin saludable, solo tenéis un medio; y es confiar al Poder Ejecutivo toda la fuerza necesaria para asegurar y establecer la potestad de las leyes, y velar sobre todo en que sean libres las asambleas primarias, de las cuales alejan las facciones a los sabios y virtuosos.


Pusísteis las bases de la libertad de toda constitución sensata, restituyendo al pueblo el derecho de hacer sus leyes y de imponerse las contribuciones. La anarquía devorará estos derechos eminentes, si no los ponéis bajo la custodia de un gobierno vigoroso y activo; y el despotismo nos espera, si el gobierno no se concentra aún más.


Señores: yo he recogido mis fuerzas para hablaros en el lenguaje austero de la verdad. Perdonad a mi celo, a mi amor por la patria, la libertad de mis expresiones, persuadidos de mis ardientes votos por vuestra gloria, y de mi profundo respecto.


Guillermo Tomás Raynal.