La pandemia VIH/SIDA ha resistido las medidas preventivas tradicionales de la epidemiología que, además de ser ineficaces, generan actitudes sociales de discriminación y rechazo. Por esta falta de proporcionalidad entre eficacia mínima y los altos riesgos de exclusión social, se ha instaurado un excepcionalismo epidemiológico que omite medidas de control y prevención validadas para enfermedades sexualmente transmitidas. El respeto a la autonomía individual se ve tensionado en el caso de mujeres embarazadas en quienes el hallazgo de seropositividad permitiría un tratamiento que reduce la transmisión vertical de 25% a menos de 8%. Esta eficaz protección de los recién nacidos ha sugerido que el serodiagnóstico de VIH/SIDA sea obligatorio durante el embarazo, una sugerencia fortalecida por la reciente disponibilidad del examen rápido, que permitiría tamizar a mujeres que acuden tardíamente al control obstétrico.
La bioética clínica, principialista e individualista, inspirada en el respeto por las personas, defiende la autonomía y rechaza toda obligatoriedad, aunque sea de beneficio para los niños y en reducir la incidencia de VIH/SIDA. En cambio, la bioética en salud pública, fundamentada en la protección, reflexiona sobre la conveniencia de limitar la autonomía individual cuando ella obstaculiza la aplicación de medidas preventivas y terapéuticas demostradamente eficaces. En la medida que la [bio]ética de protección sea una meta irrenunciable de la salud pública, logrará fortalecer la confianza y la participación ciudadana en políticas públicas.