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in Revista de Psicología
Una revisión de Desde la biología a la psicología (reimpresión)
Resumen:
Datos autor: Humberto Maturana Romesín (Santiago, Chile, 1928) es biólogo y PhD por la Universidad de Harvard. Premio nacional de ciencias naturales 1994. Profesor emérito y Cofundador de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile. Cofundador de Matríztica. Sus investigaciones (más de una centena de artículos, capítulos de libros y libros) sobre el sistema nervioso, lo vivo, lo humano, lo cultural ha tenido —y sigue teniendo— un impacto en áreas distintas a la de su formación, ya sea a través de tesis, líneas de investigación, proyectos de diferente clase y reflexiones cotidianas. Datos compilador: Jorge Luzoro García es psicólogo de la Pontificia Universidad Católica de Chile y exacadémico de la misma institución. Fue director del Departamento de Psicología de la Universidad de Chile (1997-1999) y ha ostentado diferentes cargos directivos en universidades.
La colección de artículos que presenta este libro (ver portada) es comentada por el profesor Luzoro en su prólogo, por lo que no entraré en ese dominio. En cambio, me centraré en relevar la importancia que tiene la lectura de este libro para personas que quieran entender aspectos fundamentales del fenómeno humano desde “la biología a la psicología”.
La literatura del doctor Maturana —solo y en colaboración— es extensa, amplia, profunda, y, por sobre todo, lúcida y audaz. Por lo tanto, no está libre de controversias, justamente porque depende de cómo se la lea. En ese sentido invito a mantener presente las siguientes palabras: “todo lo dicho es dicho por un observador (a) a otro (a) que puede ser él o ella misma” ( Maturana, 1988 , p.27).
Hay tres grandes puntos que este libro aborda y que son fundamentales para su propósito. El primero es entender lo vivo. Los seres humanos somos sistemas vivos, por lo tanto, el libro muestra que, si deseamos entender el fenómeno humano, o que pertenezca al dominio humano, es fundamental entender su naturaleza biológica. De ese modo, podremos comprender qué clase de fenómenos pueden ocurrir y cuáles no. Esto no quiere decir que los fenómenos humanos sean reducibles a la estructura biológica molecular, sino que nos invita a hacernos cargo de nuestra naturaleza biológica y, desde ahí, entender otros aspectos. Esta naturaleza, primeramente, se relaciona con el hecho de que somos sistemas determinados en su estructura (SDE). Abordemos esto con el siguiente ejemplo: nosotros no podemos hacer partir un auto con la quinta marcha, lo que hacemos es encender el auto (cambio estructural), ponemos primera (cambio estructural) y pisamos el acelerador (cambio estructural). Ahora pensemos que el auto está sin gasolina o que está malo, de modo que nada de lo que mencioné hará sentido para hacerlo partir, porque su estructura no permite la interacción que desencadene el hacer partir el auto. Entonces, yo, como conductor, gatillo cambios estructurales determinados en la estructura auto a bencina, en la que no hay interacciones instructivas, de especificación ni de traspaso de información, por más que como observadores podamos describirlo así.
Pero nosotros no somos automóviles, entonces la pregunta que contesta el libro es: ¿qué distinguimos cuando distinguimos un sistema vivo? Distinguimos SDE moleculares que se producen continuamente a sí mismos. Por lo tanto, tenemos una organización sistémica diferente a la del automóvil. El auto no se produce a sí mismo, nosotros seres vivos sí. Si observamos la ingesta y descomposición de alimentos, nos daremos cuenta de que se transforman en nosotros mismos continuamente. O sea, entran en la dinámica cíclica de conservación de descomposición y composición (producción) de la red de procesos moleculares (y moléculas) que nos constituyen como seres vivos y que cuando se detiene, o se deja de conservar, nos morimos. La conservación de esta dinámica es lo que constituye lo vivo.
Esto nos invita a entender tres aspectos.
No hay finalidad o propósito en los sistemas vivos. Operamos en un presente estructural, que está, a su vez, en continuo cambio. La finalidad o propósito no pertenece a la dinámica estructural de los sistemas; son comentarios que hacemos como observador(a) así como pasado y futuro. El atribuirles finalidad, propósito o cualquier noción semántica a los sistemas vivos es una confusión de dominio, o una reducción o extrapolación fenoménica.
El medio gatilla (desencadena) un cambio determinado en nuestra estructura, el ejemplo del auto lo evoca: el conductor, de forma particular, gatilla un cambio estructural. Así el medio (i.e., conductor) no le da información; reitero, por más coherencia medio-organismo podamos describir, el mecanismo es otro.
Los seres vivos habitan en dos dominios de existencia, en la conservación continua de su organización biológica como sistema vivo (i.e., autopoiesis) y la conservación del espacio (relacional) en donde se conserva como organismo. Esto nos lleva al siguiente punto, que el autor nos propone en su libro: entender la relación con el medio.
Si el libro afirma que no existen interacciones instructivas, ¿cómo es que distinguimos coherencia entre el organismo y el medio? La respuesta que encontramos en el libro es que organismo y medio cambian juntos de manera coherente. En la literatura más reciente, se encontrará con que somos unidades ecológicas organismo-nicho (Maturana Romesín & Dávila Yáñez, 2015). Pero lo que evoca es que el ser vivo surge y se transforma en un medio que lo contiene, realiza y modula su cambio estructural y juntos constituyen una unidad. Es así que, si vemos a un organismo operando coherentemente, pensamos que es porque capta información del medio, luego la procesa y actúa, concepto que no tiene un fundamento mecanicista como el libro muestra (i.e., percepción, retina de vertebrados).
Lo anterior tiene diversas implicancias, de la cuales menciono dos a continuación. Primero que lo que llamamos conducta no es algo que el ser vivo hace. Nosotros, como observadores, vemos cambios estructurales del operar del ser vivo como organismo (i.e., dominio de existencia), o sea, en su interacción como totalidad en el medio que lo realiza. La conducta, por lo tanto, no se puede reducir a su fisiología, son dinámicas sistémicas diferentes (i.e., disjuntas). Sin duda, como observadores vemos sus correlaciones históricas de modo que confundimos estos dominios continuamente. El desafío es poder entender que no son reducibles, ya que su coherencia es histórica. ¿Cuáles son las regularidades que se conservan entre medio (nicho) y organismo de modo que, frente a alguna perturbación (i.e., estimulo), se genera una conducta particular que puedo (o no) predecir? La segunda implicancia es que lo que guía la conducta del ser vivo desde la dinámica interna del ser vivo es su propia sensorialidad, y su dinámica emocional si miramos su conducta. Desde esta perspectiva, siempre actuamos desde alguna sensorialidad-emoción.
Esto nos lleva al tercer punto que aborda el libro: entender que el modo de vivir humano es en el lenguaje y en el conversar. El libro nos propone que, si miramos conductualmente aquello que cotidianamente llamamos lenguaje (e.g., coloquialmente referido como comunicación), nos daremos cuenta de que tiene que ver con coordinaciones recursivas de conductas y emociones. El lenguaje (i.e., lo social) es un fenómeno conductual, y es el mecanismo por el cual traemos a la mano los objetos como operación de distinción (i.e., concretos y abstractos) entre los que incluye la propia distinción de observador. Menciono dos implicancias que esto tiene. Por un lado, el ser humano es generador de mundos (i.e., no constructor, no descubridor). Como tal, la noción de verdad objetiva, (i.e., subjetiva), realidad, u otras de esa clase, es a lo más semántico. Por otro, que el ser humano valida con su propia experiencia sensorial de carácter histórico relacional el mundo que vive como válido, y lo hace consciente e inconscientemente. Por más sorprendente, no creíble, extraño, etc., el mundo (i.e., explicaciones, modo de vida cultural) que el otro, la otra, trae a la mano, es un mundo válido en su constitución, no deseable en la relación, pero eso es otro cuento. La diversidad de mundos culturales humanos se relaciona con la diversidad de preferencias y gustos que conservamos adquiridos histórica y experiencialmente.
Es así como el libro nos invita a entender y reflexionar sobre fenómenos como la inteligencia, el aprendizaje, la herencia, la memoria, la evolución, las emociones y la enfermedad, entre otros, pero desde un nuevo marco de referencia. Muchos de estos conceptos pudieran surgir de forma no canónica a los ojos del lector(a), que es como se trata y explican en el libro. Lo interesante es entender que conservan premisas básicas aceptadas a priori —como se menciona en el libro— distintas a las tradicionales, y que el autor las pone sobre la mesa.
Sin duda, en las últimas décadas se ha profundizado y reflexionado sobre estos y otros temas, desarrollando y ampliando la reflexión sobre lo humano particularmente, siendo aún más audaz, y no canónico, por ejemplo, trayendo la emoción del amar como constitutivo de lo humano (Maturana Romesín & Verden-Zöller, 2008)—por lo que es muy cuestionado—, entre otra serie de reflexiones y explicaciones. Aun así, este libro constituye un espacio reflexivo y reorientador muy profundo, porque muestra mecanismos sistémicos, biológicos y conductuales del operar de los seres vivos. Además, puede ampliar, enriquecer y contribuir mucho otras teorías, especialmente conductuales de procesos psicológicos, constituyendo así una oportunidad de generar puentes más que contradecir posturas explicativas. Paralelamente invita a encontrarse, si se hace de forma constante y reflexiva, con la responsabilidad y ética que conlleva entender que generamos mundos simplemente al convivir.
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Author
Simón Ramírez M.
Universidad de Chile, Santiago. Chile, Chile